De interes

Leer es leer, no importa el soporte. La fuerza de la lectura está en tí, en tu interés por lo que lees.Si lees Vanidades hablarás de moda, chismes de farándula o recetas de cocina, pero si lees a Sartre, a Carl Sagan o a García Márquez, tus conversaciones irán más allá de lo trivial

miércoles, 5 de junio de 2013

!Buen punto, déjame marcarlo!: Taller de Ortografía y Literatura




BUEN Punto
¡DÉJAME MARCARLO!




Taller de ortografía y literatura



Cuarta sesión: la redacción

 
 
INSTRUCCIONES PARA DAR CUERDA AL RELOJ
 

JULIO CORTÁZAR
 


Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.

miércoles, 29 de mayo de 2013

!Buen punto, déjame marcarlo!: Taller de Ortografía y Literatura



BUEN Punto
¡DÉJAME  MARCARLO!
 




Taller de ortografía y literatura
 



Tercera sesión: la puntuación

 


CONTINUIDAD DE LOS PARQUES

 

 

JULIO CORTÁZAR


 






Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.

Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y  entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.


 

LA CONSERVACION DE LOS RECUERDOS




 




Julio Cortázar



Los famas para conservar sus recuerdos proceden a embalsamarlos en la siguiente forma: Luego de fijado el recuerdo con pelos y señales, lo envuelven de pies a cabeza en una sábana negra y lo colocan parado contra la pared de la sala, con un cartelito que dice: «Excursión a Quilmes», o: «Frank Sinatra».

 

Los cronopios, en cambio, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio y cuando pasa corriendo uno, lo acarician con suavidad y le dicen: «No vayas a lastimarte», y también: «Cuidado con los escalones.» Es por eso que las casas de los famas son ordenadas y silenciosas, mientras en las de los cronopios hay una gran bulla y puertas que golpean. Los vecinos se quejan siempre de los cronopios, y los famas mueven la cabeza comprensivamente y van a ver si las etiquetas están todas en su sitio.



 



Julio Florencio Cortázar Descotte  (Ixelles, 26 de agosto de 1914 – París, 12 de febrero de 1984), conocido como Julio Cortázar, fue un escritor, traductor e intelectual argentino nacido en Bélgica y nacionalizado francés. Se le considera uno de los autores más innovadores y originales de su tiempo, maestro del relato corto, la prosa poética y la narración breve en general, comparable a Jorge Luis Borges, Antón Chéjov o Edgar Allan Poe, y creador de importantes novelas que inauguraron una nueva forma de hacer literatura en el mundo hispano, rompiendo los moldes clásicos mediante narraciones que escapan de la linealidad temporal y donde los personajes adquieren una autonomía y una profundidad psicológica, pocas veces vista hasta entonces. Debido a que los contenidos de su obra transitan en la frontera entre lo real y lo fantástico, suele ser puesto en relación con el Surrealismo.




 

miércoles, 15 de mayo de 2013

!Buen punto, déjame marcarlo!: Taller de Ortografía y Literatura

BUEN Punto, DÉJAME MARCARLO





Taller de ortografía y literatura
 
Segunda sesión: la acentuación




LA REVOLUCIÓN
 
SLAWOMIR MROZEK

 

En mi habitación la cama estaba aquí, el armario allá y en medio la mesa. Hasta que esto me aburrió. Puse entonces la cama allá y el armario aquí. Durante un tiempo me sentí animado por la novedad. Pero el aburrimiento acabó por volver.

Llegué a la conclusión de que el origen del aburrimiento era la mesa, o mejor dicho, su situación central e inmutable.

Trasladé la mesa allá y la cama en medio. El resultado fue inconformista. La novedad volvió a animarme, y mientras duró me conformé con la incomodidad inconformista que había causado. Pues sucedió que no podía dormir con la cara vuelta a la pared, que siempre había sido mi posición preferida.

 Pero al cabo de cierto tiempo la novedad dejó de ser tal y no quedó más que la incomodidad. Así que puse la cama aquí y el armario en medio.

Esta vez el cambio fue radical. Ya que un armario en medio de una habitación es más que inconformista. Es vanguardista.

 Pero al cabo de cierto tiempo… Ah, si no fuera por ese “cierto tiempo”… Para ser breve, el armario en medio también dejó de parecerme algo nuevo y extraordinario.

Era necesario llevar a cabo una ruptura, tomar una decisión terminante. Si dentro de unos límites determinados no es posible ningún cambio verdadero, entonces hay que traspasar dichos límites. Cuando el inconformismo no es suficiente, cuando la vanguardia es ineficaz, hay que hacer una revolución.

Decidí dormir en el armario. Cualquiera que haya intentado dormir en un armario, de pie, sabrá que semejante incomodidad no permite dormir en absoluto, por no hablar de la hinchazón de pies y de los dolores de columna. Sí, esa era la decisión correcta. Un éxito, una victoria total. Ya que esta vez, “cierto tiempo” también se mostró impotente. Al cabo de cierto tiempo, pues, no sólo no llegué a acostumbrarme al cambio -es decir, el cambio seguía siendo un cambio-, sino que al contrario, cada vez era más consciente de ese cambio, pues el dolor aumentaba a medida que pasaba el tiempo. De modo que todo habría ido perfectamente a no ser por mi capacidad de resistencia física, que resultó tener sus límites. Una noche no aguanté más. Salí del armario y me metí en la cama. Dormí tres días y tres noches de un tirón. Después puse el armario junto a la pared y la mesa en medio, porque el armario en medio me molestaba. Ahora la cama está de nuevo aquí, el armario allá y la mesa en medio. Y cuando me consume el aburrimiento, recuerdo los tiempos en que fui revolucionario.

 


Mrozek, Slawomir:

 
(Borzecin, Polonia, 1930) estudió arquitectura, historia del arte y cultura oriental. Antes de darse a conocer como escritor, obtuvo cierto éxito como periodista y dibujante satírico. A partir de 1957, su carrera literaria se desdobla en dos facetas, la de autor dramático—que le ha merecido un reconocimiento universal y un extraordinario éxito popular—y la de narrador. Entre sus relatos destacan los reunidos en “Juego de azar” (Acantilado, 2001), “La vida difícil” (Acantilado, 2002) y “Dos cartas” (Acantilado, 2003). También las novelas “El pequeño verano” (2004) y “Siempre hacia el sur” (1961), así como los libros de relatos “La maleta”, “Cuentos radiofónicos”, “El elefante” y “Los portaplumas”.

 

miércoles, 8 de mayo de 2013

¡Buen punto: déjame marcarlo! Taller de Ortografía y Literatura



BUEN Punto, DÉJAME  MARCARLO

          Taller de ortografía y literatura

  • PRIMERA SESIÓN: INTRODUCCIÓN AL TALLER
 
LA PALABRA
PABLO NERUDA
DE CONFIESO QUE HE VIVIDO
 
…Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… Amo tanto las palabras… Las inesperadas… Las que glotonamente se esperan, se acechan, hasta que de pronto caen… Vocablos amados… Brillan como piedras de colores, saltan como platinados peces, son espuma, hilo, metal, rocío… Persigo algunas palabras… Son tan hermosas que las quiero poner todas en mi poema… Las agarro al vuelo, cuando van zumbando, y las atrapo, las limpio, las pelo, me preparo frente al plato, las siento cristalinas, vibrantes, ebúrneas, vegetales, aceitosas, como frutas, como algas, como ágatas, como aceitunas… Y entonces las revuelvo, las agito, me las bebo, me las zampo, las trituro, las emperejilo, las liberto… Las dejo como estalactitas en mi poema, como pedacitos de madera bruñida, como carbón, como restos de naufragio, regalos de la ola… Todo está en la palabra… Una idea entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba y que le obedeció. Tienen sombra, transparencia, peso, plumas, pelos, tienen de todo lo que se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto transmigrar de patria, de tanto ser raíces… Son antiquísimas y recientísimas… Viven en el féretro escondido y en la flor apenas comenzada… Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos… Éstos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo… Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas… Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra… Pero a los bárbaros se les caían de la tierra de las barbas, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras.
 

(1904 - 1973)
Poeta, literato y activista político chileno, considerado como una de las plumasmás significativas del siglo XX.
http://es.wikipedia.org/wiki/Pablo_Neruda
 
 


¡Buen punto, déjame marcarlo! Taller de Ortografía y Literatura


 
En nombre del Taller de Ortografía y Literatura:"Buen punto, déjame marcarlo",se da la bienvenida a los participantes que en el espacio de este blog participarán de la lectura de cuentos, poemas, relatos, ensayos y diversidad de creaciones literarias, a través de las cuales se reforzarán algunas temáticas correspondientes a la ortografía como foco de atención. Las siguientes entradas corresponderán entonces a textos dedicados para tal fin, por lo que esperamos todo el proceso sea de su agrado. !Muchas gracias por participar!
 
 
 



 

jueves, 1 de noviembre de 2012

La lectura en "los días azules"

La lectura en Los días azules (Femando Vallejo)

La novela le fue un género negado a Antioquia. Eramos demasiado nosotros mismos para mentimos en ficciones. De paso nuestra realidad tenía una luminosidad meridiana, que excluía toda atmósfera. El rojo era rojo rojo, y el blanco era blanco blanco y basta. ¿Qué atmósfera puede haber donde oscurece, llueva que truene, por la incontable eternidad a las seis de la tarde? Sin invierno, sin otoño, sin verano, sin ciclones, sin marejadas, en un limbo de deslavadas montañas donde la gentil cimitarra es un vulgar machete... ¡Claro que no puede haber novela en Antioquia! Y la mejor prueba es que no la hay.


Por eso el intento de mi vecina Magda estaba condenado al fracaso. La edición entera de "El Embrujo del Micrófono" se le quedó arrumbada en un cuarto. Ni para encender la chimenea servía pues en Antioquia no hay chimenea pues no hace frío pues no hay invierno. No puede entrar uno tiritando a un chalet de los Alpes, donde al hogar del fuego se calienta el asesino, mientras nieva afuera. De "El Embrujo del Micrófono" leí unas cuantas páginas antes de mandarlo, ajeno yo a toda caridad cristiana, al bote de la basura. Una sola imagen me queda en la memoria de esa imposible novela: hablaba Magda de paredes de tapia blancas, encaladas, cuarteadas: las de mi casa, vaya, de la que estaba harto. Yo sólo quería oír hablar de mares embravecidos, de islas con pakneras, de kris malayos. No me cabía en el alma otro amor que el de la hija del gobernador de Palauán.

Con Magda Moreno no crucé una sola palabra en mi vida, y conste que vivimos frente a frente, con la mera calle de l05 por medio, por muchos años. Era su pobre hermana Libia la que nos insultaba. En el colmo de la desesperación y de la impotencia para alcanzamos nos llamaba tuberculosos, insulto que sí llegaba, pero para rebotar contra coraza de una gran risa. Magda no; la mínima sensatez tenía, así escribiera novelas, como para no pelearse con niños. Nunca nos hizo caso. Cuando llegó Isabel, supe por ésta que Magda tenía en gran estima un libro de Daphne Du Maurier: "Rebeca", que me apresuré a leer. "Anoche soñé con Manderley" empieza. Yo también he soñado con Santa Anita, a la que jamás me será dado volver. Claro que "Rebeca" tiene una innegable atmósfera: la que nos fue negada a nosotros. Basta hacer romper el mar contra un acantilado de Escocia para ponerlo a usted a soñar, Medellín no da para tanto. Si uno se duerme sus infinitos ladrones le roban los sueños.

Medellín no tenía biblioteca. Una organización internacional caritativa le regaló una que se llamó Biblioteca Piloto, por ser un proyecto guía para sacar a nuestra hispánica América del atraso. En un comienzo el nombre me sonaba mal, como tirado por los pelos, pero el ser humano se acostumbra a todo, hasta a una biblioteca con cachucha de capitán. La instalaron en una casona de la avenida Las Playas, y mi tierra novelera se volcó a leer. Cuadras y cuadras y cuadras de lectores haciendo cola para poder entrar. Al nuevo animal, sin embargo, la cola se le fue reduciendo con el correr de los días, y quien en un principio tenía que esperar dos horas antes de lograr entrar, luego esperó una, luego media, y luego nada: el pueblo inculto y perezoso desertó, gracias a Dios, con su mugre, y yo pude seguir entrando a la biblioteca y saliendo cuando me venía en gana, como Pedro por su casa. En la fachada de la Biblioteca Piloto no habla un distintivo ni un letrero, pero bien le hubieran podido inscribir por emblema, como a la de Ramsés el Grande según la descripción de Diodoro Siculo, "Remedios del alma". Santo templo de la evasión que ha sido uno de mis contados amores. Entraba a mi Biblioteca Piloto con el alma trémula, cómo seminarista de visita a un burdel. Me dirigía a un estante, pero antes de tomar el primer libro le acariciaba el lomo, como si fuera un gato. Mi amor enfermizo adoraba los libros no sólo por lo que decían sino por la materia de que eran, por el objeto en sí. Era un amor absoluto por los dos costados de la carne y el espíritu, como quien dice la total perdición.


1952




2012

Cuantos libros propios tuve jamás permití que nadie les pusiera un dedo encima, Intocados, intocables, eran mis amantes oficiales. Los de la biblioteca los tomaba con un amor pasajero, como amantes de ocasión. Con eso de que iban de mano en mano... Cuando compraba un libro en la librería corría a casa temeroso de tropezarme con algún conocido que lo quisiera hojear. Si tal horror ocurría, en el colmo de la desesperación, en mi cuarto, me daba a revisarlo frenético, hoja por hoja, como un marido celoso, buscando con una lupa las huellas que le hubieran dejado. Pero hasta la misma huella del borrador que los limpiaba me atormentaba. Un resto de perdición seguiría girando en los electrones de los átomos del papel... Indefectiblemente, acababa por repudiarlos y tirarlos al bote de la basura, para tener que volver tarde que temprano a la librería, a comprarlos por segunda vez. ¿Y si un curioso infame los hubiera tocado antes de mí en los estantes del librero? ¿El librero mismo no les marcaba el precio? Por fortuna con lápiz, que se borraba fácil. Desesperado, con la lupa buscaba sus huellas en la página de la portada para borrarlas. Un día no resistí las carátulas borronéadas, y decidí empastarlos. Mi torpeza chabacana hubo de aprender entonces a encuadernar, pues ¿cómo iba a tolerar yo las infinitas huellas de un encuadernador? Los libros, pasión de mi vida, se me convirtieron en el drama de Otelo. El amor, excluyente, acaba por lo general así: en celos rabiosos. Un día no pude más. Saqué todos mis libros al patio, llamé a mis hermanos, les ensucié las manos de tierra, y en un supremo acto de decisión a sus ávidas manos sucias les entregué mis impolutos amantes para que los mancillaran.

Mi vida ha sido siempre una repetida historia: me la paso liberándome de mitos, de gentes y dolor; ahora me libero de ml mismo. Agotadas las obras completas de Verne y de Salgari con que empecé, los cuentos de Conan Doyle y de Poe, seguí en mi biblioteca Piloto con la novela rusa, con la francesa, con la americana, con los libros de viajes, con los libros de ciencia, con los libros de historia; con enciclopedias; con diccionarios, con directorios, con recetarios. Vidas de pícaros, vidas de santos, vidas de sabios, sermones, discursos, memorias, compendios, tratados... Proyectando en mis ansias devoradoras absorberme la biblioteca de Alejandría, la de París, la del Congreso, la Mazarina, la de Lenin, la Vaticana. Ante la perspectiva de sus infinitos libros se me saltaban las neuronas recalentadas de mi cabeza. Por mucho menos fueron a dar otros a esa Casa Grande que hay en las afueras de Medellín, por la carretera a Bello, que hace un siglo inauguraron, cuando no había electrochoques, en tiempos de la camisa de fuerza, con Epifanio Mejía, el poeta de la raza. Nos prestaban en Ia Biblioteca Piloto tres libros, para llevárnoslos por quince días a casa. De tres en tres, a la vuelta de pocos años se quedó sin uno. Y como usted comprenderá, una biblioteca sin libros no es biblioteca: es una pared en cueros, un cascarón sin alma. Así la dejó mi lectora tierra agradecida. Al fin de cuentas robar libros no es robar. ¿No ven que son cultura? Es como robarse un cuadro, o un piano, o un camión para cargarlos. La organización internacional caritativa no fue más allá de su antioqueño experimento piloto.

 
Vestidos los muñequitos con sus colores relucientes, armados de kris malayos, de sables y cimitarras, se trocaban en sanguinarios piratas: Sandokán, Yáñez, Tágalo, Girobatol, quienes sostenían en sus guaridas, por entre las cuevas de las piratas, sanguinarias refriegas con los ingleses. Había un problema de tramoya: que no bastaban seis manos para mover un batallón, pero se dirimía en combates singulares: uno contra uno, o uno contra dos. Aníbal manejaba un muñequito, Darlo otro, otro yo. El resto, veinte, treinta, cien soldados ingleses y piratas mal encarados contemplaban desde los distintos niveles de las piedras el combate mortal. Una culebra escurridiza., copropietaria del túmulo, se asomaba molesta a ver qué era el escándalo. ¡Bum! ¡Bum! ¡Bum! sonaban tiros de cañones y mosquetes, y brillaban al sol los sables y las cimitarras.
 

Sandokán, el Tigre de Malasia. Película completa
 
Mi vida, en un inventario general, aparece como un inmenso error. Y se explica: mi íntima verdad, mi verdadera vocación, lo que quise ser fue pirata. ¡pero de dónde sacar la cimitarra! ¡De dónde sacar la goleta! ¡De dónde el gobernador inglés de Palauán, de cuya hija me enamoré! Mi instinto aventurero se negaba a llevar la vida barrigona del común mortal. Hay una novela de Salgari, doctor, que aún me duele en el alma: “El Rey del Mar", en que Sandokán se despide de su destino. El autor, compasivo, lo hizo retirarse a tiempo para no ponerlo a hacer ridiculeces como don Quijote, en unos mares contaminados con submarinos nucleares. Sepan que el Rey del Mar soy yo, que tengo perturbado el corazón